
Dime que el tiempo pasa,
pero que tú y yo nos quedamos
suspensos en un adverbio
entre lo efímero y lo eterno,
pululantes y ebrios
en la espiral de una vigilia
que desemboca en excesos.
Me niego a escribir estas palabras disconexas, este pobre bosquejo de ideas desvalidas que esta noche me golpea con su doble astilla de sátira y absurdo.
Dime que el tiempo pasa,
pero que tú y yo nos quedamos
suspensos en un adverbio
entre lo efímero y lo eterno,
pululantes y ebrios
en la espiral de una vigilia
que desemboca en excesos.
Era historiador de trivialidades y exquisiteces profanas. Catalogaba lunares de acuerdo al sabor de quien los portaba, analizaba estructuras de miradas inapelables, transcribía palabras que el silencio le dictaba. Vivía el presente cual si llevara la eternidad a cuestas. Amaba, lloraba, sonreía, gritaba, ensombrecía. Mas nunca abandonó su insólita labor de cronista existencial. Su único titubeo ocurrió al encarar aquel instante singular, el de la propia muerte. Supo que no podría dedicarle la totalidad de su ahínco narrativo, así es que decidió residir a plenitud en la inusual ocasión de su deceso.
Llovizna de aves.
Aguacero de ausencias.
Musgo en la piel.
Cierta tarde, un dios adicto a los versos decidió abandonar el mal hábito para poder ejercer meritoriamente su rol supremo. Así es que vertió en un prisma etéreo la lágrima iridiscente de su inspiración entera. Al ver su reflejo ensombrecido, la deidad arrojó sobre el mundo el prisma poético. Los estudiosos aseveran que de cada una de sus astillas tornasoladas brotó un lirio distinto.
A la orilla
de un gemido
intempestivo
desnudo
tu desazón
y fastidio.
En la cuenca
de un abrazo
enraizado
desembocan
ríos perdidos
y peces
imaginarios.
Colma en mí
tu sed de alivio
y empápame
en tu relente,
clavel hirsuto
e indulgente.
En estos tiempos
de hecatombes cósmicas,
distopías galopantes,
liturgias radicales,
algoritmos paliativos,
palabras esterilizadas
y copulaciones digitales
me atrinchero en la crisálida
de un silencio acorazado.
Habían pasado ya varias horas desde que aquel velo de sueño descendió sobre cada uno de los tripulantes y pasajeros de la embarcación. En su etapa de incredulidad, había zarandeado, empapado, golpeado levemente y hasta tomado los signos vitales de varios de ellos. Los latidos y la temperatura corporal evidenciaban que estaban vivos, pero en un estado de sopor profundo.
Tras agudizarse el temor, evaluó varias alternativas. Primeramente recorrió el crucero hasta encontrar el puente de mando y la sala de máquinas. Descubrió con incrédulo pavor que la nave parecía también estar absorta en aquel estado generalizado de coma. Los teléfonos móviles y demás dispositivos tampoco respondían. Pensó en echar mensajes al mar, pero descartó la alternativa como absurda. Consideró lanzarse al agua, pero lo dominó el temor a morir ahogado.
Finalmente, sucumbió ante el hambre y el agotamiento. Se preparó un festín tomando lo necesario de los varios banquetes de lujo del navío. Cató varias copas de exquisitos vinos. Sintió el calor vespertino sobre su piel y notó que el cielo irradiaba sobre el océano impasible una inmensa y refulgente paz. Entrecerró los ojos y se dejó llevar mar adentro hacia lo más hondo de sus vivencias y recuerdos fundamentales.
Mi sangre baña tu espina
y huye con ella mi vida
lívida y aterida.
Resarce con tu aroma
mi llaga exangüe
y seré yo tu exorcista
¡oh rosa sin alma,
beldad asesina!
Murió tras desbordarse el límite de su conciencia y no sin antes derramar la debida profusión de sensaciones abstractas y sudor. Sus ojos atraparon una última chispa de luz extática antes de perderse en ella, su aflicción mortal y desnuda convalecencia.
Amor torbellino hacia adentro o embudo invertido vértigo del alma o conjetura nauseabunda que todo lo indaga aparición decisiva dictadura atadura desencuentro giratorio y total envoltura desembocadura (locura) intermitente blancura armadura y aguijón me hiere tu espina nocturna me acuna tu artesa diurna me pierde tu hipnótica dulzura me azuzan tu hervor y premura…