Misiva de una dama insomne a su amor asesino

Fotografía de Engin Akyurt

Posa sobre mí tu cobertor sombrío. Hazme noche de tu luna. No sabes cuánta sed de ti he derramado a lo largo de mis insomnios. Te tengo la ensoñación entreabierta, el torso tensado, el pecho dispuesto, la yugular henchida de sangre candente y los labios resecos apeteciendo tu beso somnífero. Soy estuario predestinado para el letargo de tu causal saciado.

Por eso y más, te espero.

Cronista existencial

Basada en una fotografía de Sharon McCutcheon

Era historiador de trivialidades y exquisiteces profanas. Catalogaba lunares de acuerdo al sabor de quien los portaba, analizaba estructuras de miradas inapelables, transcribía palabras que el silencio le dictaba. Vivía el presente cual si llevara la eternidad a cuestas. Amaba, lloraba, sonreía, gritaba, ensombrecía. Mas nunca abandonó su insólita labor de cronista existencial. Su único titubeo ocurrió al encarar aquel instante singular, el de la propia muerte. Supo que no podría dedicarle la totalidad de su ahínco narrativo, así es que decidió residir a plenitud en la inusual ocasión de su deceso.

El dios de los lirios

Fotografía de Bridger Tower

Cierta tarde, un dios adicto a los versos decidió abandonar el mal hábito para poder ejercer meritoriamente su rol supremo. Así es que vertió en un prisma etéreo la lágrima iridiscente de su inspiración entera. Al ver su reflejo ensombrecido, la deidad arrojó sobre el mundo el prisma poético. Los estudiosos aseveran que de cada una de sus astillas tornasoladas brotó un lirio distinto.

Mar adentro

Fotografía de Sheila Jellison

Habían pasado ya varias horas desde que aquel velo de sueño descendió sobre cada uno de los tripulantes y pasajeros de la embarcación. En su etapa de incredulidad, había zarandeado, empapado, golpeado levemente y hasta tomado los signos vitales de varios de ellos. Los latidos y la temperatura corporal evidenciaban que estaban vivos, pero en un estado de sopor profundo.

Tras agudizarse el temor, evaluó varias alternativas. Primeramente recorrió el crucero hasta encontrar el puente de mando y la sala de máquinas. Descubrió con incrédulo pavor que la nave parecía también estar absorta en aquel estado generalizado de coma. Los teléfonos móviles y demás dispositivos tampoco respondían. Pensó en echar mensajes al mar, pero descartó la alternativa como absurda. Consideró lanzarse al agua, pero lo dominó el temor a morir ahogado.

Finalmente, sucumbió ante el hambre y el agotamiento. Se preparó un festín tomando lo necesario de los varios banquetes de lujo del navío. Cató varias copas de exquisitos vinos. Sintió el calor vespertino sobre su piel y notó que el cielo irradiaba sobre el océano impasible una inmensa y refulgente paz. Entrecerró los ojos y se dejó llevar mar adentro hacia lo más hondo de sus vivencias y recuerdos fundamentales.

Muerte en ella

Basada en una fotografía de Annie Spratt

Murió tras desbordarse el límite de su conciencia y no sin antes derramar la debida profusión de sensaciones abstractas y sudor. Sus ojos atraparon una última chispa de luz extática antes de perderse en ella, su aflicción mortal y desnuda convalecencia.