Cierta tarde, un dios adicto a los versos decidió abandonar el mal hábito para poder ejercer meritoriamente su rol supremo. Así es que vertió en un prisma etéreo la lágrima iridiscente de su inspiración entera. Al ver su reflejo ensombrecido, la deidad arrojó sobre el mundo el prisma poético. Los estudiosos aseveran que de cada una de sus astillas tornasoladas brotó un lirio distinto.