Es asunto grave, aunque no serio, esto de ser poeta entre números, de no saber decir matemáticamente las sílabas del alma y de reincidir siempre en el mismo margen alucinógeno de error en la palabra, de producir fluctuaciones verbales de tremolante precisión y de erigir monumentos sintácticos de alocada inspiración.
No es oficio requerido ni de teorética armazón, es una adicción en cáscara y de porosa suavidad, es una válvula de escape en el conducto espiritual, un soporte y una viga, un cincel de humanidad. Indudablemente, una extraña dualidad.