¿Si sólo queda el adiós para qué precipitarnos o inmolarnos de antemano? No hay prisa. Aminoremos el paso. Posterguemos la noche inalterable asiéndonos del crepúsculo, apelando a su póstumo destello de esperanza.
El tiempo nos conduce inexpugnable hacia la eterna penumbra. ¿Por qué entregarle también los ojos, las vísceras, el alma? Mírate en mí amor. Eclípsame. Juntos podemos sublimar este nimio lapso de paz hasta tornarlo, a fuerza de fe ingenua y rudimentaria, en esa elusiva y mitológica felicidad total.