No a la inmolación del amor

¿Si sólo queda el adiós 
para qué precipitarnos
o inmolarnos de antemano?
No hay prisa. Aminoremos el paso.
Posterguemos la noche inalterable
asiéndonos del crepúsculo,
apelando a su póstumo destello
de esperanza.

El tiempo nos conduce inexpugnable
hacia la eterna penumbra.
¿Por qué entregarle también
los ojos, las vísceras, el alma?
Mírate en mí amor. Eclípsame.
Juntos podemos sublimar
este nimio lapso de paz
hasta tornarlo, a fuerza de fe
ingenua y rudimentaria,
en esa elusiva y mitológica
felicidad total.

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